martes, 14 de febrero de 2012

Desde Ecuador


(Publicada en L'Informatiu el 9 de febrero de 2012. Ver aquí)

Si la semana pasada escribía la columna semanal desde Bolivia, esta semana lo hago desde Ecuador. Si la semana pasada la pasé recorriendo comunidades indígenas de las tierras altas del Departamento de Chuquisaca, esta semana la he pasado visitando barrios periféricos del Distrito Metropolitano de Quito. 

En Chuquisaca, comunidades indígenas organizadas para poner en marcha sistemas de riego  en un intento de paliar los devastadores efectos del cambio climático, que para ellos y ellas han supuesto una alteración de los ciclos pluviales que ha generado serios problemas de seguridad alimentaria. En Quito, organizaciones barriales inmersas en un proceso de diagnóstico de sus realidades, y en la elaboración de planes participativos de mejoramiento para su barrios. En ambos casos, hombres y mujeres organizados para luchar por su futuro.

Tras cada una de las agotadoras jornadas de trabajo llega la hora del descanso. Antes de ir a dormir, pego una mirada rápida a la prensa digital para saber como anda la cosa en casa. Y si las jornadas de trabajo son estimulantes, el hojeo a la prensa me produce cada día más asco.

Un día Alberto Fabra viajando a Londres a humillarse ante Ecclestone, mientras las gentes del Parque Alkosa siguen en huelga de hambre reclamando lo que les pertenece con una dignidad que el President nunca alcanzará a entender. Otro día, la ex vicepresidenta Fernández de la Vega presentando su fundación por las mujeres de África rodeada de una panda de miserables empresarios que se hacen la foto de la vergüenza, porque tampoco entenderán nunca la dignidad con la que millones de mujeres africanas luchan por un continente que ellos y sus amigos llevan día a día a la miseria. Y hoy, la condena a once años de inhabilitación al juez Garzón, un personaje que, aún no gozando de todas mis simpatías, hizo lo que estuvo en sus manos por hacer justicia a las víctimas de una dictadura que durante décadas han resistido con dignidad, una dignidad que tampoco alcanzarán a entender nunca los siete jueces del Supremo que condenaron al juez por unanimidad.

Éstas y otras noticias me producen un asco infinito. Un asco, he de reconocerlo, que un día si y otro también me hacen pensar en el exilio. Seguir el mismo camino que siguieron miles de personas cuando la dictadura cuyos crímenes se empeñó en investigar el juez ahora condenado les cerró todas las puertas para vivir en libertad. Seguir ese camino ahora que día a día se van estrechando los espacios democráticos en el país en el que nací.

En esos momentos pienso en las compañeras y compañeros indígenas de Chuquisaca. En las compañeras y compañeros de los barrios periféricos de Quito. En sus esfuerzos de organización, en sus luchas, en sus resistencias, en su dignidad, en su ejemplo. Los mimos esfuerzos, luchas, resistencias, dignidad y ejemplo que nos brindan desde hace semanas, desde hace años, las compañeras y compañeros del Parque Alkosa. Respiro profundo, y pienso que en casa hay mucho trabajo por hacer. 

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