jueves, 8 de noviembre de 2012

Ésta no es mi constitución

(Publicada en 'Cremats' el 7 de noviembre de 2012. Ver aquí)

Ejemplar de la constitución española de 1978.


Un servidor está aburrido hasta límites insospechables de que la sacrosanta constitución española sea el parapeto en el que los privilegiados de este país se refugian para evitar cualquier cambio sustancial que se proponga a nuestro sistema de convivencia. Tanto que ha llegado el momento de decir alto y claro que esa constitución no es mi constitución.

No lo es porque la norma máxima que regula el funcionamiento del estado y en buena medida de la sociedad no fue fruto de un debate abierto y participativo en el que la ciudadanía pudiera opinar y debatir. Fue parida por siete machos –por lo visto las mujeres no tenían nada que decir al respecto– que ni siquiera fueron elegidos democráticamente y que plasmaron en ese texto los intereses de los principales grupos de poder. No lo es porque entre ellos se encontraban un antiguo delegado del Frente de Juventudes de Falange Española y un ministro de la dictadura franquista. A la ciudadanía, mientras tanto, se le reservaba un papel menor, el de la aprobación o rechazo “en bloque”, sin poder discutir o cuestionar los distintos aspectos que aborda. Cual menores de edad –no en vano, a los siete machos se les terminaría llamando los “padres de la constitución”– solamente podían decir SI a todo o NO a todo.

No lo es porque yo no la voté. Ni yo, ni cerca del sesenta por ciento de quienes ahora podrían votarla (en el caso de que se siguiera manteniendo el criterio de que sólo pueden votar españoles y españolas mayores de 18 años; emigrantes que viven entre nosotros pagan sus impuestos y pueden integrarse en ejército patrio, no pueden votar; a los jóvenes con 13 años se les presupone madurez para ser padres o madres y a los 14 tienen responsabilidad penal –y se les asume capacidad, por tanto, para discernir lo lícito y lo ilícito– pero hasta los 18 no parece alcanzarse la madurez para votar). Sólo la pudieron votar quienes nacieron antes del 6 de diciembre de 1960, o sea quienes ahora tienen 52 años o más. Y lo hicieron con el ruido de sables de fondo.

Ahora que de fondo ya no se escucha el ruido de sables –sólo el de las cajas registradoras de las grandes fortunas que siguen acumulando sin cesar– nos siguen tratando como menores de edad, y si hay que hacer alguna modificación constitucional nuestros papás de los partidos mayoritarios deciden por nosotros (por ejemplo, introduciendo el concepto de “estabilidad presupuestaria” y la prioridad absoluta para el pago de la deuda externa y sus intereses). En el fondo actúan como esos padres bastardos que dan dos hostias a sus hijos “por su bien”, cuando en el fondo lo hacen porque no saben educarlos.

En algún momento tendremos que hacer caso a Freud y matar (metafóricamente, por supuesto) a nuestros padres para poder ser libres. Ya somos mayores y queremos unas nuevas reglas de juego. Unas reglas de juego que favorezcan a la inmensa mayoría de este país. A la mayoría que está abajo.

Ha llegado la hora de decir que esta constitución no es nuestra constitución. Queremos una nueva, y queremos una Asamblea Constituyente para construirla.

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