martes, 16 de agosto de 2011

Sobre la visita del Papa

En estos días he tenido varias conversaciones, unas en persona, otras electrónicas, sobre la visita del Papa a Madrid con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. Todas ellas con gentes a las que tengo aprecio, y a las que he tratado de explicar el por qué de mi profundo rechazo a esta visita.

En principio no tengo mayor inconveniente en que el dirigente de una secta visite el país en el que vivo. No es que me haga una especial ilusión, pero tampoco me opondría de manera rotunda. Como seguro habrá quien piense que soy poco respetuoso calificando de secta a la religión católica, diré que he leído con atención las tres definiciones que da la RAE de la palabra secta, y en los tres casos es ajustada.

La cosa empieza a molestarme más cuando el coste de la visita se estima entre 50 y 60 millones de euros. Frente al argumento del coste he recibido, en las conversaciones mencionadas, fundamentalmente tres contra argumentos: a) el origen mayoritariamente privado de los recursos; b) el supuesto retorno de la inversión que los organizadores estiman en alrededor de 100 millones de euros; y c) la libre voluntad consecuente con a) de que cada quien gaste su dinero como estime oportuno; 

Frente al primer argumento sólo cabe decir que no es cierto. Primero porque una parte del coste sale de las arcas del Estado, y segundo porque las ventajas fiscales de que disfrutan los patrocinadores privados del evento suponen una merma en los ingresos del Estado. 

Frente al segundo argumento, el del retorno de la inversión... me parece un poquito feo que lo usen quienes acusan a otros de materialismo. Esto de mezclar la espiritualidad con las inversiones, que quieren que les diga. Por otro lado, no puedo evitar que estos cálculos  me recuerdan a las estimaciones de los asistentes a una manifestación realizadas por quien organiza la manifestación. Y por último, seguro que a los organizadores se les podrían ocurrir unos miles de ideas para realizar semejante inversión con una mejor rentabilidad social. Y si les faltan ideas, me ofrezco (sin cobrar ni un euro) para darles unos cuantos miles más.

En relación al tercer argumento, me encantaría poder hacerle algunas preguntas al señor Joseph Aloisius Ratzinger. Le preguntaría, por ejemplo, que opinión le merece que el señor Alierta patrocine su visita a Madrid semanas después de anunciar que va a despedir a 6.500 empleados/as. O que opina acerca del patrocinio de Coca-Cola, empresa con un terrorífico historial de muerte y destrucción (si tienen curiosidad pongan en su buscador, por ejemplo "Coca Cola Colombia" o "Coca Cola India" y tómense un rato para leer). O sobre los terribles impactos socioambientales de la actividad de Endesa, otra de las empresas patrocinadoras, en América Latina (si siguen con ganas de leer, les sugiero un rato en la web del Observatorio de Multinacionales en América Latina). Y podríamos continuar con la lista de patrocinadores...

Aunque es probable que el señor Ratzinger no tenga ningún problema moral con esos patrocinios, porque si por algo se ha señalado la jerarquía de la secta que dirige en su historia es por sus cordiales relaciones con los poderosos. O dicho de otra manera, con palabras antiguas (que no anticuadas) por su cercanía a los explotadores y su distancia de los explotados. 

Como prueba, la portada del diario ABC, el mismo que ahora glosa con profusión y entusiamos la visita de Ratzinger, del 20 de junio de 1939.


El Papa Pio XII recibía en el Vaticano al Ministro de Gobernación de Franco, el pronazi cuñado del Generalísimo, Ramón Serrano Suñer. Habían transcurrido 80 días del famoso parte de guerra: En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.  

A ese parte de guerra siguieron cuarenta años de dictadura miserable. Cuarenta años en los que la jerarquía de la secta católica fue uno de los principales apoyos del miserable dictador. ¿Pedirá el señor Ratzinger, aprovechando su visita a Madrid, perdón por esos cuarenta años de ignominia? 

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