sábado, 17 de marzo de 2012

Fundamentalismos religiosos


(Publicada en L'Informatiu el 15 de marzo de 2012. Ver aquí)

(dedicada a Elena, por los buses de largo recorrido)

El bus entra en Nicaragua por la frontera con Honduras y el paisaje se torna rosado, el color dominante en el merchandising sandinista. El abandono de la tradicional simbología rojinegra y su sustitución por una paleta de colores pastel formó parte de la “renovación” sandinista tras una travesía en el desierto que duró década y media. 

Vallas y carteles publicitarios que no distinguen entre el estado y el partido inundan el país. La foto de Daniel Ortega en todos los formatos posibles. En un ventanal acristalado, un afiche más. La santísima trinidad. En el centro, el presidente nicaragüense. A su izquierda la primera dama Rosario Murillo, con la que se casó poco antes de regresar al poder tras más de un cuarto de sigo de lo que la Santa Madre Iglesia consideraba un estado censurable de concubinato. A su derecha, el arzobispo emérito de Managua Miguel Obando. Bajo ellos, en letras amarillas el lema “Cristiana, Socialista y Solidaria”.

Que lejos en el tiempo queda aquella imagen de la visita oficial a la Nicaragua revolucionaria de Juan Pablo II. El papa polaco amonestando en público al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, por aquel entonces Ministro de Cultura, por formar parte del gobierno. 

Y es que la renovación danielista para lograr el regreso al poder no se limitó a cuestiones cromáticas. Su acercamiento a posiciones del espectro más conservador de la iglesia católica fue un aspecto clave de este viraje ideológico. Entre ellas la modificación del código penal para tipificar como delito cualquier tipo de aborto.

Pocos metros más allá del afiche, una gran pancarta se extiende sobre la carretera amarrada entre dos postes de la luz. La firma el movimiento feminista de Nicaragua: “Las feministas hacemos revolución cuando defendemos el derecho al aborto”. 



Pero al danielismo hace tiempo que le importa más ocupar el poder que para qué ocuparlo. No parece importarle que Nicaragua sea uno de los pocos países del mundo en los que se castiga penalmente a las mujeres que se practican un aborto, incluso cuando se trata de gestaciones fruto de una violación, de incesto o la vida de la madre corre peligro. Tampoco parece importarle que Naciones Unidas advirtiera que la penalización del aborto terapéutico es una forma de tortura contra las mujeres. Lo que le importa son las perspectivas electorales, y los cálculos de sus asesores indicaban que esta medida daba votos.

Pero para esto no hace falta cruzar el Atlántico. Hace sólo unos días el “moderado” Ruiz Gallardón alertaba sin sonrojarse de la “violencia de género estructural” que se ejerce sobre las mujeres por embarazos no deseados. En la prensa no han faltado los analistas que indican que es una manera de congraciarse con el ala más conservadora de su partido.

Al presidente nicaragüense y al ministro de justicia español parece importarles poco la vida de las mujeres cuando lo que está en juego es el poder. Cuando estas cosas pasan en otros países, se las califica de fundamentalismo religioso. 

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