viernes, 27 de enero de 2012

A propósito del cierre de Megaupload

(Publicada en L'Informatiu el 26 de enero de 2012. Ver aquí)

(Humilde contribución al debate de dos buenos amigos una noche de cumpleaños)

El FBI clausura Megaupload y se disparan de nuevo las discusiones en las que unos defienden la legitimidad de los derechos de autor y otros el libre acceso a la cultura para el pueblo. Mientras la mayoría de “el pueblo” ignora estas discusiones y reemplaza el mencionado servicio por otros equivalentes para seguir disfrutando de la barra libre, la discusión relevante (y esta no circula por twitter ni por otras redes sociales) es la que mantienen las industrias del ocio (no confundir con los creadores) y las empresas tecnológicas (¿o deberíamos llamarlas empresas globales de publicidad?). En realidad, a unos y a otros les preocupa un culo tanto el acceso a la cultura como los derechos de  los creadores. Su principal preocupación es el acceso de los dólares a su bolsillo y la discusión se establece alrededor del reparto del botín.

Al final de la partida la mayoría sale perdiendo. Salen perdiendo la inmensa mayoría de las y los creadores que cada vez viven peor (salvo unos pocos elegidos por la industria que devuelven el favor, consciente o inconscientemente, actuando de perros de presa de sus amos) y sale perdiendo la inmensa mayoría del pueblo que, a pesar de los supuestos beneficios de las nuevas tecnologías, cada vez consume una cultura más uniforme y menos diversa siguiendo las pautas impuestas por la industria. Y mientras tanto, los de siempre (esos casi siempre salen ganando) llenándose los bolsillos.

Un esquema fácilmente trasladable a otros sectores. Al alimentario (cada vez comemos más mierda y más semejante) o al de los “medios de comunicación” (nos “desinforman” de manera más uniforme), por poner sólo dos ejemplos. Sectores cada vez más oligopolizados en los que unos pocos deciden las películas que vemos, los discos que escuchamos, las hamburguesas que comemos o los diarios que leemos.

Todo con la inestimable ayuda de las empresas tecnológicas que les ofrecen un triple servicio. Publicitan sus productos, les afinan el público objetivo gracias a los datos personales que facilitamos sin pudor o nos roban con descaro, y llevan sus mercancías hasta nuestro sofá a tiro de click.

Decir, por tanto, que internet puede facilitar el acceso de la mayoría de la población a una cultura más diversa, a una mejor alimentación o a una información más crítica es, como poco, una media verdad. Porque la clave no está en la herramienta sino en quien la controla y, hoy por hoy, la batalla del poder sobre Internet la ganan las empresas multinacionales.

Hay un hecho innegable e innegociable. Los creadores culturales, los productores de alimentos y los periodistas (también los periodistas) tienen la puta manía de comer todos los días. El problema es si estamos dispuestos y dispuestas a pagar un precio justo por una cultura diversa, unos alimentos sanos y una información crítica, para que puedan seguir viviendo y ofreciéndonos el producto de su trabajo, o preferimos seguir en la ficción del todo gratis mientras escuchamos, comemos y leemos mierda y los de siempre se siguen llenando los bolsillos a nuestra costa.

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