viernes, 1 de junio de 2012

Estudiando con Miguel


(Publicada en L'Informatiu el 31 de mayo de 2012. Ver aquí)

Hace unos días estaba repasando la lección –¿se sigue diciendo así, o a eso también le cambiaron el nombre con la última reforma educativa?– con mi hijo de once años para un inminente control de “Cono”. Así es como llaman a la asignatura de Coneixement del medi. Entre los temas a repasar, el número doce: “La Unió Europea”. ¿Qué son los eurodiputados? ¿Cuáles son las funciones del Consejo de la Unión Europea? ¿Cuántos comisarios integran la Comisión Europea?

Andábamos próximos a terminar el repaso cuando Miguel se me quedó mirando muy serio y me preguntó: Papá, ¿todo esto sirve para algo? La pregunta me pilló tan de sorpresa que me quedé dudando qué responder. Me invadió una sensación similar a la que recorre mi cuerpo cuando en un mal día alguien te pregunta un simple ¿Qué tal? y te quedas dudando si responder con un “bien” de cortesía o respondes con sinceridad. Finalmente opté por la respuesta de cortesía. Todavía es demasiado joven para explicarle lo que opino acerca de la utilidad de la Unión Europea, tiempo habrá.

Terminado el tema doce, la emprendimos con el trece: “De la prehistòria a l’edat mitjana”. Miguel comenzaba a ponerse remolón; eran más las ganas de agarrar la consola que las de hablar de griegos, fenicios y cartagineses.

En un intento por motivarlo, tal vez demasiado dramático –eso pensé al menos al escuchar mis propias palabras– se me ocurrió decirle: "Miguel, ¿sabes por qué es importante que estudies y saques buenas notas en los exámenes?" A lo que el muchacho respondió con agilidad: "Claro, me vas a decir que si no lo hago, de mayor seré un pringao". Reconozco que su respuesta me desconcertó, pero mucho menos que la afirmación con la que continuó: "Pero papá, ¿tú no ves las noticias? Aunque estudie, cuando sea mayor todos vamos a ser unos pringaos".

Tocado y casi hundido, así es como me dejó. ¿En qué país vivimos en el que un muchacho de once años –espabilado para su edad, lo reconozco– piense que estudie o no acabará siendo un “pringao”? ¿Qué estímulos le llegan para pensar que su destino está marcado y que estudiar y esforzarse no será suficiente para labrarse un futuro digno?

Después de respirar profundamente, se me ocurrió contarle que el futuro no es irremediable. Que está en nuestras manos, en las suyas, en las mías, y en las de muchos otros y otras, cambiar ese destino. Que cuanto más estudie y más aprenda, tendrá más herramientas para contribuir a cambiar ese futuro. El suyo, pero también el de otras personas. De las que pudieron estudiar y de las que no tuvieron esa suerte que él tiene.

Esas cosas le conté a mi hijo, aunque en algún rincón de mi alma, mientras se lo contaba, no podía evitar pensar que en el peor de los casos, si estudia y se prepara, al menos tendrá la posibilidad de emigrar a otro país si el suyo, en el que nació y en el que vive, no le ofrece un futuro digno.

Epílogo 
Me cuenta mi amigo Tur que esta será mi última columna en l'Informatiu. Ya la tenía escrita y no quise cambiarla. La guardaré para compartirla dentro de unos años con Miguel. Pero siendo la última, se merece un epílogo. Después de treinta y un meses, la de hoy es la última edición de este diario digital. Mi noviazgo con él se remonta al día que lo conocí, antes incluso de que saliera a la luz. Puro flechazo. Después de algunos escarceos amatorios, el matrimonio arrancó el 25 de mayo del pasado año, cuando escribí mi primera columna. ¿Servirá de algo?, me preguntaba entonces. Me refería las concentraciones que habían arrancado unos días antes. Ahora, transcurrido un año, sé que sirvieron y que todavía sirven. También sé que este diario digital ha servido de mucho. Era necesario y sigue siéndolo. Dos millones y medio de páginas vistas desde su puesta en marcha son una prueba irrefutable. El matrimonio termina, pero el amor continúa.

Hoy quiero brindar por las palabras que una larga lista de personas dejaron en este diario. También por las palabras que algunas de ellas me regalaron entre cerveza y cerveza. No es una despedida. Es una celebración por haberlas conocido. Y un hasta pronto, porque sus palabras siguen siendo necesarias, imprescindibles, y seguro que pronto nos encontraremos en algún otro lugar.

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